La crítica a la Inquisición por parte del pintor Francisco de Goya, fue una constante en su obra, especialmente en los Caprichos. En esta serie de grabados, realizados a finales del siglo XVIII, aparecen varios penitenciados por la Inquisición, con una leyenda al pie que explica la razón de su condena. Las leyendas subrayan con mordacidad, la nimiedad de los motivos, y contrastan con los rostros de angustia y desesperación de los reos.
Estos grabados acarrearon al pintor problemas con el Santo Oficio y, para evitar ser procesado, terminó regalando las planchas originales al rey Carlos IV.
El que se muestra aquí es un aguafuerte, aguatinta bruñida sobre papel verjurado, ahuesado realizado entre 1797 – 1799.
Goya reproduce en esta estampa un Autillo o penitencia pública. En la escena representa a una mujer sentada en una grada o banquillo encima de un tablado con sambenito y coroza, la cabeza caída sobre el pecho en ademán de avergonzada, y al secretario leyéndole la sentencia desde el púlpito en presencia de un numeroso concurso de eclesiásticos.
A través de esta estampa, Goya expresa su gran interés por las bajas pasiones de la masa compacta y deshumanizada del público que asiste a los autos de fe, que, junto al título procedente del refrán Aquellos polvos traen estos lodos, el pintor critica el estado de superstición y obscurantismo que aún persistía en el pueblo español. Esta ignorancia y supersticiones populares serían, pues, los lodos, y los polvos en cuestión, el poder y efecto lamentables del Santo Oficio que perduraban en pleno siglo de las luces.
Este Capricho número 23, junto con el 24 No hubo remedio, son las alusiones más directas de la serie a la Inquisición.