Luis de Carvajal, El Mozo o también llamado El Alumbrado, gracias al heterónimo asumido en sus memorias como Joseph Lumbroso. La ilustración refiere al espacio contradictorio en que el sujeto histórico se debate. Al rostro asoma la tragedia de una existencia dividida, una identidad desastrada por su circunstancia.
Sin poder dormir, el joven reo Luis de Carvajal
aguardaba la consecución de su sentencia.
Baltazar Brito
Humillado con el sambenito ―pasto de escarnio por sal del castigo―, lo estruja en su mano antes de vestirlo. La injusticia de tal punición y de la siguiente condena a la hoguera, acusará secularmente a los ímprobos que le procesaron en sucesivos autos de fe. Ciertas sugerencias de escamado y plumaje revisten la figura de un craso desamparo, recubriendo lo que debió ser el atuendo inicialmente suyo: el de los conquistadores, aquí con raros brillos que en Lumbroso ya tan solo hacen referencia simbólica a su fuerza interior. Por la impotencia de actuar acorde a su creencia y a sus costumbres, ahora prohibidas. Luis de Carvajal se desestructura y recompone bajo el peso de una fe propia que paradójicamente comparte el campo fundacional con su antagonista. Los signos trascendentes, paradójicamente compartidos, se funden y repelen en referencias cruzadas. Las alas que en la imagen fusionan las morfologías representativas de ángeles y palomas, son correlatos de sus antípodas: las alas de murciélagos y diablos. Es la trágica narrativa de estas religiones de origen compartido, donde una se ha convertido en víctima y la otra, en victimaria. El material literario es referido aquí a través de una experiencia visual con densidad heurística.