Y leyendo un día en el capítulo 17 del Génesis donde el Señor mandó circuncidarse a Abraham, nuestro padre santo; especialmente aquellas palabras que dicen: El ánima que fuere incircuncidada será borrada del libro de los vivientes, diole tal golpe de temor en el corazón, que sin más dilatarlo acudió a la ejecución de la divina inspiración, movido por el Altísimo y por su buen ángel y así se levantó de un corredor de la casa donde estaba leyendo y dejando a un lado la sacra Biblia abierta, tomó unas tijeras de bien botos y gastados filos, y se fue sobre la barranca del río de Pánuco, donde con codicia y encendido deseo de ser escrito en el libro de la vida, que sin este sacramento santo es imposible, se selló con él y se cortó casi todo el prepucio, de manera que solo quedó de él un poco por cortar por ser tan broncas las tijeras…
Así narra Luis de Carvajal, al comienzo de sus memorias, folio 1 verso – 2 recto (pág. 56), el episodio en el que decide sellar el santo sacramento en su carne. Fariñas dibuja la escena en un segundo y discreto plano, situando al buen ángel en primera línea, atento a lo que ocurre bajo el árbol de Moisés. En la techumbre, también vigila receloso el maligno, en espera de su momento. El hermano que acompaña a Luis, posiblemente sea Baltasar, quien porta las melladas tijeras. Luis narrará más adelante, la circuncisión de su hermano mayor.