Apenas juzgados los penitentes, fueron entregados por los oficiales de la inquisición a la justicia seglar de la Ciudad de México, que los dirigió a sus respectivos lugares asignados. La sentencia no dejaba dudas: “…sean llevados al Tianguis de San Hipólito, y en la parte y lugar que para esto está señalado sean quemados vivos y en vivas llamas de fuego hasta que se conviertan en cenizas y no haya ni quede memoria.”
Isabel había sido la primera en ser capturada por el Santo Oficio, y a pesar de salir airosa en la primera ocasión, en la segunda no tendría la misma suerte. Al igual que el resto de la familia, acabaría muerta por garrote vil y quemada en la pira, formando parte del odioso espectáculo que se preparó en la Alameda de Ciudad de México. Fariñas la imagina derrotada, sin fuerzas para enfrentarse a su destino final, pero sus verdugos no le perdonarán, tiran de ella sin piedad. Hasta los mansos corderos le miran desde lo alto sintiéndola culpable.