El rey Salomón le da de beber el licor divino. El espacio onírico del milagro se ilumina. Entre la lobreguez violácea y la tierra sanguínea dos seres levitan en un instante de consagración. El Rey Sabio de Israel y Joseph Lumbroso figuran como alzados por un poder excepcional que les salvaría de los avatares de la sombra y la sangre.
En el recreado ensueño la bebida divina trasciende en un baño de luz desde el gesto dador de Salomón hacia quien no es sino el propio Luis de Carvajal, El Mozo, embozado tras la supuesta pluma del iluminado protagonista del relato: Joseph Lumbroso, su heterónimo. Los ropajes ondulan al amparo de un manto de niebla —eco de la teofanía del Sinaí (cuando Dios se presenta en forma de nube al pueblo de Israel, según refiere el Éxodo). Amparados del púrpura que oprime el ámbito iniciático, la figura bíblica y el criptojudío se muestran bajo arremolinadas volutas de sutiles matices, oficiando el rito que protegería sus almas representadas en vilo, emanadas de sus cuerpos —el de Carvajal bajo la amenaza de un poder vaticano que pronto lo llevará a la hoguera del crimen inquisitorial. En la imagen alegórica lo sombrío es desplazado por el divino mandato al que refiere el resplandor central que se define como símbolo de la epifanía del elixir consagrado que el rey Salomón da a beber a Joseph Lumbroso, cumpliendo en el sueño con la iluminación del elegido. Tal iniciación relatada por el alter ego protagónico esclarece el epíteto de El Alumbrado. La expresión Lumbroso (que despide luz) aparece unida a Joseph, nombre del personaje protagónico en el manuscrito y seudónimo del autor, el mártir Luis de Carvajal, El Mozo, El Alumbrado quien con su vida refrenda su fe mientras revela y denuncia los horrores de la Inquisición en tierras mexicanas, las tan mal nombradas como tierras de la Nueva España.