Los inquisidores no tienen piedad. Castigan y mandan torturar a los condenados una y otra vez hasta conseguir sacer sus confesiones, verdaderas o falsas, pero necesarias para rellenar su expediente. Algunos no soportan esa presión, están encerrados en celdas inmundas, oscuras, húmedas y no pueden dormir por los incesantes gritos que resuenan en las paredes.
El torturado que representa Bayo, tiene la mirada vacía, perdida, ha superado el límite de su tolerancia y está a punto de perder el juicio. Pintado en bitono, la expresión de la cara y la postura de las manos, denotan sufrimiento y dolor.